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El Pacto de Familia de Benjamín Keach



Nosotros, que deseamos caminar juntos en el temor del Señor, profesamos, con la ayuda de su Espíritu Santo, nuestra humillación profunda y seria por todas nuestras transgresiones.

Y solemnemente en la presencia de Dios y de cada uno, recono­ciendo nuestra propia indignidad, nos entregamos al Señor como su iglesia, conforme a la constitución apostólica, para que sea nuestro Dios y nosotros su pueblo.


Esto lo hacemos a través del pacto eterno de su gracia libre y gratuita, mediante el cual tenemos esperanza de ser aceptados por Dios, a través de su bendito Hijo Jesucristo, a quien tomamos como nuestro Sumo Sacerdote para justificarnos y santificarnos, y como nuestro Profeta para enseñarnos. También nos sometemos a Él como nuestro Legislador y el Rey de los santos, y nos sometemos a todas sus santas leyes y reglamentos para nuestro crecimiento, confirmación y consolación, para que así seamos como una esposa santa para Él, y le sirvamos en nuestra generación, y esperemos su segunda venida, como nuestro Esposo glorioso.


Completamente convencidos acerca de la forma en que está establecida la comunión en la iglesia, y también al respecto de la verdad de que hay una buena medida de gracia en los espíritus los unos para con los otros, solemnemente nos comprometemos a tener una unión y comunión santa, sometiéndonos humildemente a la disciplina del Evangelio y a todos los deberes santos que se les requiere a personas que tienen tal relación espiritual.







1. Prometemos y nos comprometemos a caminar en toda santidad, piedad, humildad y amor fraternal, tanto como de nosotros dependa el hacer que nuestra comunión sea agradable a Dios, agradable a nosotros, y hermosa para el resto del pueblo del Señor.


2. Prometemos vigilar nuestras conversaciones y no permitir que exista pecado entre nosotros, hasta donde Dios nos muestre. También prometemos alentarnos a mostrar amor y a hacer buenas obras, y advertirnos, reprendernos, y aconsejarnos con mansedumbre, conforme a las reglas de Cristo que se nos han dejado al respecto.


3. Prometemos, de una forma especial, orar los unos por los otros y por la gloria y crecimiento de esta iglesia. También prometemos orar por la presencia de Dios en ella, el derramamiento de su Espíritu en la misma y por la protección de esta iglesia para su gloria.


4. Prometemos sobrellevar las cargas los unos de los otros, permanecer unidos entre nosotros, y tener un sentimiento de compañerismo los unos por los otros en todas las condiciones, tanto externas como internas, conforme Dios en su providencia nos ponga a cada uno.


5. Prometemos soportar las debilidades, fallos y defectos espiri­tuales los unos de los otros con gran ternura, y no dándolos a conocer a nadie fuera de la iglesia, ni a nadie dentro, a menos que tal cosa se tenga que hacer conforme a la regla de Cristo y a los procedimientos que el Evangelio provea en ese caso.


6. Prometemos esforzarnos juntos por defender la verdad del Evangelio y la pureza de los caminos y ordenanzas de Dios. También prometemos evitar causas de división y a aquellos que las causan, haciendo todo lo posible por guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de paz (Efesios 4:3).


7. Prometemos reunirnos en los días del Señor y en otras ocasiones, conforme el Señor nos dé oportunidades para servir y glorificar a Dios por medio de la adoración, para edificarnos los unos a los otros y para ocasionar el bien de su iglesia.


8. Prometemos, conforme a nuestra capacidad (o según Dios nos bendiga con las buenas cosas de este mundo), proveer de lo necesario a nuestro pastor o ministro, ya que Dios ha mandado que aquellos que predican el Evangelio deberían vivir del Evangelio.




Ahora, ¿podría alguna otra cosa establecer una obligación mayor en la conciencia que este pacto? ¿Cuál entonces será el pecado de alguien que viole este pacto? Humildemente nos sometemos a estos y todos los demás deberes del Evangelio, proponiendonos llevarlos a cabo, y prometiendo hacerlo; pero no en nuestras propias fuerzas, pues somos conscientes de nuestra propia debilidad, sino en el poder y la fuerza del Dios bendito, a quien pertenecemos, y a quien deseamos servir.

A Él sea la gloria ahora y para siempre. Amén.

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